
Una persona que viva con alguien que abusa de ella física o
emocionalmente suele desarrollar una respuesta de estrés cuando es atacada. Si se repiten
los ataques o amenazas, desarrolla una serie de síntomas crónicos, siendo los más
prevalentes en las mujeres maltratadas por su pareja el trastorno de estrés
postraumático y depresión (Golding, 1999). Además, cuando la mujer es degradada y
ridiculizada por su pareja de forma repetida puede disminuir su autoestima y sentimiento
de autoeficacia (Orava, McLeod y Sharpe, 1996) e, incluso, puede llegar a pensar que
merece sus castigos y que es incapaz de cuidar de ella y de sus hijos/as, desarrollando
una gran inseguridad en sí misma (Matud, 2004a). También se ha encontrado que es posible
que desarrolle sentimientos de culpa, aislamiento social y dependencia emocional del
maltratador, junto con ansiedad y sintomatología somática (véase, por ejemplo,
Buchbinder y Eisikovits, 2003; Dutton y Painter, 1993; Echeburúa y Corral, 1998; Matud,
1999). Y aunque su frecuencia es menor, también se han descrito tendencias suicidas y
abuso de alcohol y/o drogas (Golding, 1999), así como de medicamentos, sobre todo
analgésicos y psicofármacos, en un intento de superar el malestar físico o emocional
generado por la situación vivida (Echeburúa y Corral, 1998). Dutton (1992), integrando
los trabajos teóricos, empíricos y clínicos, plantea que los efectos psicológicos del
maltrato como experiencia traumática incluyen un amplio rango de respuestas cognitivas,
conductuales, emocionales, interpersonales y físicas que pueden ser clasificadas en tres
grupos: 1) indicadores de disfunción o de malestar psicológico; 2) problemas de
relación; y 3) cambios en el esquema cognitivo.

El maltrato a la mujer por su pareja incluye conductas tales como
agresiones físicas (golpes, patadas, palizas ...); abuso psicológico (intimidación,
menosprecio, humillaciones ...); relaciones o conductas sexuales forzadas; y conductas de
control, tales como aislamiento, control de las actividades y restricciones en el acceso a
información y asistencia (Heise y García-Moreno, 2002). Aunque no todas las mujeres
sufren todos los tipos de abuso, es muy común que se den de forma conjunta y muchos
autores plantean el control y la dominación como una característica central de este tipo
de violencia. Así, Walker (1994) afirma que, generalmente, el abuso es parte de un
patrón de conducta obsesiva, más que una expresión de pérdida repentina de control y
Dutton (1992) destaca el control de la víctima como un rasgo central para considerar una
conducta como abuso.
A nivel social, la violencia del hombre contra la mujer es una
manifestación de la desigualdad de género y un mecanismo de subordinación de las
mujeres que sirve para reproducir y mantener el status quo de la dominación masculina y
la subordinación femenina (Koss et al., 1995). Muchos autores sitúan la violencia
marital dentro del contexto más amplio de la dominación masculina (Koss et al., 1995;
Lorente, 2001, Pérez del Campo, 1995) ya que la estructura económica y familiar es
jerárquica y está dominada por el hombre, lo que implica una distribución desigual del
poder. Desigualdad que impregna la construcción social del género y la sexualidad y que
afecta profundamente a las relaciones íntimas de mujeres y hombres, por lo que para
comprender la violencia de los hombres frente a las mujeres es necesario analizar las
desigualdades entre ambos. Como señala Pérez del Campo (1995), la ideología patriarcal
y las instituciones permiten al hombre usar la fuerza como un instrumento de control lo
que conlleva que no se denuncie el abuso y que, cuando se hace, se deje en muchos casos en
total impunidad a los agresores y en la más completa indefensión a la víctima. Porque
no se puede olvidar que varias de las mujeres que han muerto en nuestro país a manos de
sus parejas o ex parejas habían sido amenazadas durante años, y estos hechos habían
sido denunciados en más de una ocasión.
Las normas y las expectativas culturales juegan papeles muy importantes
en la configuración y la promoción de la violencia del hombre contra la mujer,
minimizando u ocultando sus efectos dañinos e impidiendo el diseño de políticas y
programas efectivos para la erradicación de tal violencia (Koss et al., 1995). Así, son
muchos los mitos en torno a la mujer maltratada, mitos que no solo perpetúan la violencia
sino que niegan la asistencia a sus víctimas, ya que muchas veces se duda que exista el
maltrato, se minimizan sus efectos, cuando no se exculpa al agresor o se culpabiliza a la
víctima. Se trata de creencias que han sido y son mantenidas aún por muchas personas,
incluso profesionales de la psicología, ya que solo en las últimas décadas se ha
estudiado el maltrato a la mujer, estudios que son mucho más recientes en nuestro país.
Dado que consideramos que es fundamental el conocimiento del fenómeno antes de realizar
cualquier intervención psicológica, y que un tratamiento psicológico que se centre
únicamente en el control de los síntomas de la mujer maltratada resulta claramente
insuficiente a medio y largo plazo, a continuación revisaremos brevemente las
características que consideramos más relevantes y útiles en la intervención
psicológica.
Tampoco es infrecuente el maltrato del marido a su mujer embarazada,
con el consiguiente aumento del riesgo para la mujer y el niño. Y también es probable
que el hombre que golpee a su esposa agreda a sus hijos/as, si bien las tasas de
coocurrencia de tales agresiones varía si se trata de muestras comunitarias o clínicas.
Aunque en las primeras las tasas se sitúan en torno al 6% (Appel y Holden, 1998) en las
segundas se estima en torno al 40%. Además del impacto que tiene en la salud de los/as
hijos/as (se ha estimado que la probabilidad de desarrollar problemas clínicos es entre
dos y cuatro veces mayor que en los/as hijos/as de las familias sin violencia), algunos
autores han planteado que parece darse una transmisión intergeneracional de la violencia.
Aunque la asociación es entre débil y moderada (Stith et al., 2000) se ha encontrado que
es más probable que un hombre que haya sido víctima o testigo de violencia en su familia
de origen sea violento y se convierta en agresor de su pareja, y algunas mujeres
maltratadas por su pareja también han sido testigos o víctimas de maltrato en su familia
de origen. Pese a que no están claras las vías de transmisión, los factores de riesgo
parecen ser, además del modelado directo, el desarrollo desde la infancia de una serie de
alteraciones psicológicas, las cuales son a su vez factor de riesgo de agresión a la
mujer.
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